Un absceso es una acumulación de pus producto de una infección bacteriana. Esto puede producirse en cualquier parte del cuerpo, como las encías, órganos internos o la piel. Su color suele ser rojo, muy inflamado y tiene en su interior mucho pus. Una herida, infección bacteriana u otra lesión pueden provocar un absceso si no se trata adecuadamente.
Los síntomas que puede provocar un absceso son: dolor localizado acompañado de enrojecimiento e hinchazón, protuberancia llena de pus en el área afectada, fiebre y malestar general. Estos dos últimos síntomas suelen ser frecuentes cuando los abscesos no se resuelven en el corto plazo, son más graves o ya afectan a órganos internos.
Para resolver un absceso es importante acudir al médico, quien con un bisturí hará una incisión que ayudará a drenarlo. El líquido que haya en el absceso saldrá al exterior y se eliminará. Posteriormente, se puede requerir el uso de antibióticos durante un tiempo para combatir la infección bacteriana y que el absceso no vuelva a aparecer.
Mantener una buena higiene de las heridas es crucial para evitar que sean una puerta de entrada para bacterias que puedan acabar afectando a la salud y aumentando el riesgo de que se produzcan este tipo de infecciones. Además, si no se solucionan, los abscesos pueden acabar generando complicaciones graves, como la sepsis.