Los monocitos son glóbulos blancos, esenciales para el sistema inmune. Se producen en la médula ósea y tienen un importante cometido para luchar contra infecciones o ayudar a otros leucocitos a poder destruir células dañinas para el organismo. En otras palabras, son el ejército que permite que el cuerpo se defienda con éxito de los agentes externos que puedan dañarlo de alguna forma. Un escudo protector que conviene cuidar.
Estos glóbulos blancos representan hasta el 10% y es crucial que sus niveles sean los adecuados. Si en un análisis de sangre este porcentaje es más alto, puede que estemos ante una enfermedad infecciosa, autoinmune o, incluso, ante un trastorno sanguíneo —como puede ser una leucemia—. En estos casos conviene hacer otro tipo de pruebas para determinar la causa por la que los monocitos han aumentado tanto.
También puede suceder todo lo contrario, que los monocitos estén por debajo de ese 10%. Esto ocurrirá si una persona se ha sometido a un tratamiento de quimioterapia, algo que la dejará muy débil y susceptible a contraer infecciones —por lo que debe protegerse mucho—, pero también si hay algún trastorno o infección. De nuevo, realizar más pruebas será importante para saber la causa de que esto esté ocurriendo.
El sistema inmunitario es clave para poder defenderse de infecciones y de eliminar células que están dañadas. Aunque su número puede variar dependiendo de cada persona, es importante realizar, al menos, un análisis de sangre al año para detectar cualquier anomalía en su recuento que alerte de un problema mayor.