En epidemiología la palabra “brote” es utilizada para denominar y clasificar la presentación de una enfermedad infecciosa de manera repentina, en un momento concreto, en un lugar determinado y durante un periodo de tiempo más frecuente de los valores esperados. Normalmente un brote epidémico suele limitarse a una zona reducida o pequeñas regiones y puede aparecer en animales o personas.
En determinadas zonas y según la trascendencia y evolución de la infección, puede considerarse brote epidémico aunque el número de contagiados no sea muy numeroso en cifras. De hecho, algunos de los brotes más comunes son los provocados por intoxicaciones alimentarias o los que surgen por enfermedades como la meningitis o el sarampión.
Las consecuencias de un brote pueden ser extensas y diferentes: desde baja probabilidad de consecuencias graves hasta consecuencias fatales en determinados grupos de riesgo. Por ello y para evitar su creciente expansión y contagio, es indispensable aplicar diferentes medidas preventivas y médicas con las que curar las diferentes infecciones que dan lugar al brote.
En cuanto al número de casos necesarios para que una infección sea considerada brote, dependerá de varios factores como la enfermedad, la estructura y tamaño de la población donde se origina o el tiempo en el que se contagia. Por ello, un brote epidémico necesita de una respuesta rápida y eficaz por parte de todos los sectores implicados en su gestión y resolución. Su duración dependerá también de la velocidad de expansión, del periodo de incubación de la enfermedad, la efectividad de las medidas establecidas para su control y del grado de exposición de la población susceptible al contagio.
Recientemente los brotes epidémicos se han convertido en actualidad tras la aparición de virus como el Ébola o el Covid-19 (finalmente considerado pandemia al extenderse por todo el mundo).